CUANDO MATISSE CAMBIÓ EL PINCEL POR LAS TIJERAS

Matisse

         Recientemente visité la exposición «Henri Matisse. The Cut-Outs» en la Tate Modern de Londres. El que fuera uno de los máximos exponentes de las primeras vanguardias, pintor envidiado por Picasso y uno de los creadores del movimiento de los Fauves (fauvismo), encontró en los últimos diecisiete años de su vida una técnica que sustituía a    la característica pintura al óleo que había desarrollado durante toda su carrera: los recortes de papeles de colores. Este giro inesperado vino a consecuencia del declive de su estado de salud a principios de los años cuarenta. Viéndose su movilidad considerablemente reducida, Matisse comenzó a experimentar con los recortes, primero como complemento de ensamblaje en sus cuadros (a modo de collage de herencia cubista), después como modo de expresión independiente de la pintura al uso. Ya no sería más el pincel su herramienta de trabajo, sino las tijeras. Lo que empezaría como mera experimentación, pasó a formar parte de un largo y ambicioso proyecto artístico que lo acompañaría durante los últimos años de su vida.

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Henri Matisse: The Horse, the Rider and the Clown (1947).

     El potencial estético de los recortes, con sus formas abstractas, sinuosas y cada vez más complejas y sus colores expresivos y llenos de simbología, pronto fue advertido por la crítica contemporánea. El trazo de la tijera sustituyó al del pincel, desarrollando una técnica cada vez más característica y muy reconocible. En las salas de la Tate (impresionante central eléctrica convertida en museo de arte contemporáneo) podemos admirar, entre otras obras, los famosos «Dancers«, bailarines que hacen referencia a las sinfonías del compositor  Shostakovich y que cuentan con una simbología metafísica particular: blanco para los danzantes, azul para la naturaleza, rojo para el materialismo, negro para la violencia…

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        Sin embargo, la obra maestra por antonomasia en lo que al período de los recortes de papel se refiere, no es otra que el libro de ilustraciones llamado Jazz, que se puede admirar en la sala 3 de la exposición de la Tate. Lo que en un principio iba a ser un acompañamiento visual para un libro de poemas, terminó por convertirse en obra paradigmática dentro de esta última fase artística de Matisse. Las anotaciones explicativas que el artista iba añadiendo junto a cada ilustración, acabaron por conformar el propio texto del libro, que el editor, Tériade, titularía Jazz. Principalmente contiene escenas del mundo del circo y el teatro, destacándose en mi opinión una composición conocida como «Ícaro», aludiendo al personaje que en la mitología griega era el hijo del arquitecto Dédalo, que estando retenido junto a su padre en el laberinto del Minotauro (en la isla de Creta), construyó unas alas con plumas y cera y escapó de allí volando. Jazz supuso así un punto de inflexión, convirtiendo los recortes de papel, por sí mismos, en auténticas obras de arte.

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«Ícaro», ilustración para el libro «Jazz», Henri Matisse.